Dice Alejandro Jodorowsky: “el ego es como tu perro. El perro tiene que seguir al amo y no el amo al perro. Hay que hacer que el perro te siga. No hay que matarlo, sino que domarlo”.
Osho también solía hablar sobre el ego, y se refería a este de la siguiente manera: “si una persona conoce su propio valor no tiene que preocuparse por lo que piensan los demás, por eso es importante conocerse, porque solo el ego es el que depende de las opiniones de los otros. El ego tiene que transar para quedar bien, pero el verdadero ser no”.
Puede parecer difícil reconocer cuándo dirigimos nuestros pensamientos y acciones desde el ego. Sin embargo, basándonos en la enseñanza de Osho solo tenemos que conocer nuestro valor, y dejar de preocuparnos por lo que piensan los demás. Esto solo se logra con la práctica y el desarrollo de nuestra inteligencia emocional. ¿Cómo podemos domar al ego?
No te sientas ofendido: tomarnos las cosas muy a pecho alimenta nuestro ego. Libérate de la necesidad de ganar. Libérate de la necesidad de tener la razón: obviamente no siempre la tenernos. Libérate de la necesidad de ser superior: nadie es superior a otro. Libérate de la necesidad de tener más: no necesitamos muchas cosas para ser felices. Libérate de la necesidad de identificarte con tus logros: ellos no definen tu verdadera esencia. Libérate de la necesidad de tu fama. Obviamente, el ego es una de esas cosas que necesitamos abandonar para ser feliz. Dejar de vivir según las expectativas de los demás, abandonando excusas, miedos y etiquetas, ya que estas nos limitan.
El ego siempre será una puerta hacia la necesidad de control, e incluso puede ser autodestructivo. También puede ser la causa para que nos estanquemos. Por eso es tan importante que lo alejemos de nuestra vida, limpiando nuestras emociones y mente. ¿Has escuchado sobre el cuento del monje y el helado de chocolate? Es un cuento budista muy interesante que nos invita a reflexionar sobre el ego. Te dejamos el cuento acá, para que puedas meditar y reconocer si es el ego lo que resalta en ti o es tu humildad.
Joel había llegado hacía ya tres años a una de las más antiguas comunidades budistas del Tíbet, y allí ansiaba ser ordenado para convertirse en un monje ejemplar.
Todos los días, a la hora de la cena, le preguntaba a su maestro si al día siguiente se celebraría la ceremonia de su ordenación. “Todavía no estás preparado, primero debes trabajar la humildad y dominar tu ego”, le respondía su mentor.
¿Ego? El joven no entendía por qué el maestro se refería a su ego. Pensaba que merecía ascender en su camino espiritual ya que meditaba sin descanso y leía a diario las enseñanzas del Buda.
Un día, al maestro se le ocurrió una manera de demostrarle a su discípulo que todavía no estaba preparado. Antes de dar comienzo a la sesión de meditación anunció: “Quien medite mejor tendrá como premio un helado”. “De chocolate”, añadió el anciano.
Tras un breve alboroto, los jóvenes de la comunidad comenzaron a meditar. Joel se propuso ser el que mejor meditara de todos sus compañeros. “De esta forma, le demostraré al maestro que estoy preparado para la ordenación. Y me comeré el helado”, concluyó el discípulo.
Joel consiguió centrarse en su respiración, pero al mismo tiempo visualizaba un gran helado de chocolate que iba y venía como subido en un columpio. “No puede ser, tengo que dejar de pensar en el helado u otro lo ganará”, se repetía.
Con mucho esfuerzo, Joel lograba meditar por varios minutos en los que simplemente seguía el compás de su respiración, pero enseguida se imaginaba a uno de los monjes chuperreteando el helado de chocolate. “¡Maldición, debo ser yo quién lo consiga!”, pensaba el joven angustiado.
Cuando la sesión finalizó, el maestro explicó que todos lo habían hecho bien, salvo alguien que había pensado demasiado en el helado, es decir, en el futuro. Joel se incorporó antes de decir: “Maestro, yo pensé en el helado. Lo admito. ¿Pero cómo puede saber que fui yo quien pensó demasiado?”.
“No puedo saberlo. Pero sí puedo ver que te has sentido tan aludido como para levantarte e intentar situarte por encima de tus compañeros. Así, querido Joel, es como actúa el ego: se siente atacado, cuestionado, ofendido… y pretende tener razón en el juego de ser superior a los demás.
Aquel día, Joel aprendió que todavía le quedaba mucho camino por recorrer. Trabajó su humildad y los impulsos del ego. Vivió en el presente y no intentó quedar por encima de los demás. También entendió que no le convenía identificarse con sus logros.
Así, con trabajo y paciencia, llegó el gran día. Fue aquel en el que el maestro llamó a su puerta para anunciarle que por fin estaba preparado para lo que tanto había ansiado.
Cuando llegó al templo no encontró a nadie allí. Solo una pequeña tarima y sobre ella… un helado de chocolate. Joel consiguió disfrutar del helado agradecido, sin sentirse decepcionado. Y a continuación, le ordenaron.
Les mando un saludo a todos los de esta comunidad de tradingview y sigamos adelante se vienen cosas grandes para todos mis mejores deseos colegas!
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