Por Ion Jauregui – Analista ActivTrades
Una señal de alarma para el sistema financiero
El viernes 16 de mayo de 2025 podría pasar a la historia como el momento en que la confianza en la deuda soberana estadounidense sufrió un vuelco. Moody’s Ratings, en un movimiento sin precedentes, tras meses de debate en los despachos de Washington y Wall Street, decidió rebajar la nota crediticia de EE. UU. de Aaa a Aa1, arrebatando al Tesoro norteamericano su último distintivo “Triple A”. Según la agencia, el endeudamiento federal fuera de control, ha crecido hasta niveles que resultan insostenibles, y la carga de intereses amenaza con disparar el déficit público al 9 % del PIB en los próximos diez años.
La noticia encendió las alarmas en cuestión de segundos y la respuesta del mercado no se hizo esperar. En las operaciones after-hours, el SPY —el ETF que replica el S&P 500— vio desvanecerse de un plumazo todas sus ganancias del día, mientras el interés del bono del Tesoro a 30 años se disparaba cerca del 5%, una cota que en ocasiones anteriores golpeó la puerta de la Casa Blanca y el Congreso con advertencias de crisis.
Ecos de 2011
Este episodio recuerda inevitablemente a aquel agosto de 2011 en que Standard & Poor’s ya había recortado la calificación de EE. UU. Entonces, el S&P 500 cayó un 10 % y un giro hacia el fondo TLT, que agrupa los bonos a largo plazo, se revalorizó casi en la misma proporción. Hoy, aunque el contexto geopolítico y económico difiera —con nuevas tensiones globales y un escenario post-pandemia en plena redefinición—, la historia plantea paralelismos inquietantes sobre la rapidez con que puede evaporarse la fe en el Tesoro estadounidense.
Factores de vulnerabilidad
A la debilidad fiscal se suma un exceso de optimismo en el mercado minorista. Los pequeños inversores llevan 21 semanas seguidas comprando acciones estadounidenses, la racha más extensa de la historia, superando con creces la anterior racha de 2022. Este impulso alcista, si bien refleja una confianza palpable, también encierra el riesgo de una corrección abrupta en caso de que la percepción de solvencia del Estado se resquebraje pudiendo convertirse en un riesgo sistémico.
Por si fuera poco, en marzo China protagonizó un cambio significativo: redujo drásticamente su exposición a los Treasuries cediendo el puesto de segundo mayor tenedor de deuda estadounidense al Reino Unido. Más allá de un simple ajuste de cartera, este movimiento forma parte de una estrategia más amplia de diversificación hacia activos como el oro, evidenciando un alejamiento paulatino del dólar como refugio preferente y principal refugio de los bancos centrales desde la consolidación de la divisa BRICs.
¿Un punto de no retorno?
La rebaja de Moody’s no solo trasciende a los precios de acciones y bonos, sino que deja al descubierto una dinámica de largo plazo: durante las últimas dos décadas, el gasto público financiado con deuda ha impulsado precios en sectores fundamentales como la vivienda, la educación y la sanidad. Para muchos ciudadanos, la ciudadanía percibe una sensación de empobrecimiento progresivo y pérdida de poder adquisitivo pese al crecimiento nominal de la economía.
Se apunta un patrón posible de comportamiento: Debilidad y corrección en mayo, seguido de un rebote en junio, y la formación de un doble suelo y este permitiría la recuperación antes de la temporada de resultados del tercer trimestre. No obstante como ocurre tras todo “cisne gris”, acontecimiento de potencial impacto detectable y previsible en cierta medida, aunque su materialización no está garantizada, la clave del desenlace dependerá de la evolución de la confianza, las decisiones de política fiscal en Washington y de la reacción de los grandes tenedores internacionales.
Conclusión
La rebaja de Moody’s no es un mero dato estadístico, sino una advertencia sobre los límites de la deuda como motor de crecimiento. En un mundo ávido de seguridad financiera, el estatus del dólar y los bonos del Tesoro han dejado de ser refugios incuestionables; su credibilidad se hallan bajo escrutinio. Entramos en una nueva etapa marcada por la selectividad de los inversores, la volatilidad de los mercados y la necesidad de mayor disciplina presupuestaria. La era del dinero barato podría estar llegando a su fin, y con ella un desafío inédito para la principal economía del planeta, dando paso a un periodo de escrutinio más riguroso, volatilidad y selectividad en los mercados de renta fija.
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La información facilitada no constituye un análisis de inversiones. El material no se ha elaborado de conformidad con los requisitos legales destinados a promover la independencia de los informes de inversiones y, como tal, debe considerarse una comunicación comercial.
Toda la información ha sido preparada por ActivTrades ("AT"). La información no contiene un registro de los precios de AT, o una oferta o solicitud de una transacción en cualquier instrumento financiero. Ninguna representación o garantía se da en cuanto a la exactitud o integridad de esta información.
Cualquier material proporcionado no tiene en cuenta el objetivo específico de inversión y la situación financiera de cualquier persona que pueda recibirlo. La rentabilidad pasada no es un indicador fiable de la rentabilidad futura. AT presta un servicio exclusivamente de ejecución. En consecuencia, toda persona que actúe sobre la base de la información facilitada lo hace por su cuenta y riesgo.
Una señal de alarma para el sistema financiero
El viernes 16 de mayo de 2025 podría pasar a la historia como el momento en que la confianza en la deuda soberana estadounidense sufrió un vuelco. Moody’s Ratings, en un movimiento sin precedentes, tras meses de debate en los despachos de Washington y Wall Street, decidió rebajar la nota crediticia de EE. UU. de Aaa a Aa1, arrebatando al Tesoro norteamericano su último distintivo “Triple A”. Según la agencia, el endeudamiento federal fuera de control, ha crecido hasta niveles que resultan insostenibles, y la carga de intereses amenaza con disparar el déficit público al 9 % del PIB en los próximos diez años.
La noticia encendió las alarmas en cuestión de segundos y la respuesta del mercado no se hizo esperar. En las operaciones after-hours, el SPY —el ETF que replica el S&P 500— vio desvanecerse de un plumazo todas sus ganancias del día, mientras el interés del bono del Tesoro a 30 años se disparaba cerca del 5%, una cota que en ocasiones anteriores golpeó la puerta de la Casa Blanca y el Congreso con advertencias de crisis.
Ecos de 2011
Este episodio recuerda inevitablemente a aquel agosto de 2011 en que Standard & Poor’s ya había recortado la calificación de EE. UU. Entonces, el S&P 500 cayó un 10 % y un giro hacia el fondo TLT, que agrupa los bonos a largo plazo, se revalorizó casi en la misma proporción. Hoy, aunque el contexto geopolítico y económico difiera —con nuevas tensiones globales y un escenario post-pandemia en plena redefinición—, la historia plantea paralelismos inquietantes sobre la rapidez con que puede evaporarse la fe en el Tesoro estadounidense.
Factores de vulnerabilidad
A la debilidad fiscal se suma un exceso de optimismo en el mercado minorista. Los pequeños inversores llevan 21 semanas seguidas comprando acciones estadounidenses, la racha más extensa de la historia, superando con creces la anterior racha de 2022. Este impulso alcista, si bien refleja una confianza palpable, también encierra el riesgo de una corrección abrupta en caso de que la percepción de solvencia del Estado se resquebraje pudiendo convertirse en un riesgo sistémico.
Por si fuera poco, en marzo China protagonizó un cambio significativo: redujo drásticamente su exposición a los Treasuries cediendo el puesto de segundo mayor tenedor de deuda estadounidense al Reino Unido. Más allá de un simple ajuste de cartera, este movimiento forma parte de una estrategia más amplia de diversificación hacia activos como el oro, evidenciando un alejamiento paulatino del dólar como refugio preferente y principal refugio de los bancos centrales desde la consolidación de la divisa BRICs.
¿Un punto de no retorno?
La rebaja de Moody’s no solo trasciende a los precios de acciones y bonos, sino que deja al descubierto una dinámica de largo plazo: durante las últimas dos décadas, el gasto público financiado con deuda ha impulsado precios en sectores fundamentales como la vivienda, la educación y la sanidad. Para muchos ciudadanos, la ciudadanía percibe una sensación de empobrecimiento progresivo y pérdida de poder adquisitivo pese al crecimiento nominal de la economía.
Se apunta un patrón posible de comportamiento: Debilidad y corrección en mayo, seguido de un rebote en junio, y la formación de un doble suelo y este permitiría la recuperación antes de la temporada de resultados del tercer trimestre. No obstante como ocurre tras todo “cisne gris”, acontecimiento de potencial impacto detectable y previsible en cierta medida, aunque su materialización no está garantizada, la clave del desenlace dependerá de la evolución de la confianza, las decisiones de política fiscal en Washington y de la reacción de los grandes tenedores internacionales.
Conclusión
La rebaja de Moody’s no es un mero dato estadístico, sino una advertencia sobre los límites de la deuda como motor de crecimiento. En un mundo ávido de seguridad financiera, el estatus del dólar y los bonos del Tesoro han dejado de ser refugios incuestionables; su credibilidad se hallan bajo escrutinio. Entramos en una nueva etapa marcada por la selectividad de los inversores, la volatilidad de los mercados y la necesidad de mayor disciplina presupuestaria. La era del dinero barato podría estar llegando a su fin, y con ella un desafío inédito para la principal economía del planeta, dando paso a un periodo de escrutinio más riguroso, volatilidad y selectividad en los mercados de renta fija.
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